sexta-feira, setembro 25, 2020
[Falecimento]
Hace unos días murió, tan calladamente como había vivido, el cineasta portugués António Reis, autor - con Margarida Cordeiro, su mujer - de tres películas, entre las que se cuentan al menos dos de las mejores rodadas en Portugal, y una de las más apasionantes rodadas en cualquier lugar del mundo durante los años 80 "Ana" (1982).
Lamentablemente, y como es costumbre, por mucho que algunos se esfuercen para poner remedio a tan absurda ignorancia, casi nadie sabrá en nuestro país quién era António Reis y ni podrá imaginar por qué la noticia de su inesperada y permatura muerte, aún sin conocerle personalmente, me resultó especialmente deprimente. Esa persistente falta de interés por nuestros vecinos - que los portugueses, en medida algo menor, con menos arrogancia, nos pagan en la misma moneda - explica que António Reis no sea una figura conocida y respetada más que por un puñado de cinéfilos, sin duda los contados pero fieles espectadores que se han molestado en ir descubriendo, en varios festivales - como el de Valladolid, donde se premió "Ana", sin que eso animase a ningún distribuidor a estrenarla en España - y, sobre todo, asiduamente, una vez y otra, en la Filmoteca Española: primero "Tras-de-Montes" (1976), tras seis años de espera "Ana", y siete después "Rosa de Areia" (1989). Pese a trabajar en pareja, como Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, António Reis y Margarida Cordeiro eran casi tan premiosos como Víctor Erice, con quien tenían algunos otros puntos de contacto, un no sé qué "nórdico" y misterioso, quizá "dreyeriano.
Hay que reconocer que sus películas eran una extraña combinación de primitivismo y modernidad, de elaborada estilización y de documentalismo "en bruto", de tosquedad y elegancia, de laconismo y poesía, como si se dejasen llevar por un instinto reflexivo y meditabundo, pero considerasen más interesante lo real, o lo que del entorno físico y los rostros revelaba la cámara, que el cine en sí mismo, que la idea de narrar, que las historias que, de hecho, contaban con imágenes extraídas, en una labor que tenía algo de minería y no poco de escultura, de la realidad... una realidad recóndita, remota, encerrada en sí misma, la de su región, una de las más deprimidas y atrasadas de Portugal. Eran obras singularmente sobrias y discretas, susurradas, confidenciales, sin pretensiones artísticas, a lo sumo artesanales, pero de una singular e insólita belleza, con un tono, un sonido, una "voz" y un ritmo que las hacía no sólo instantáneamente identificables, sino entrañables y depuradoras y tonificantes para el que se siente periódicamente hastiado del cúmulo de rutinarias convenciones y efectistas bajezas, de la uniformización rampante y ramplona del grueso del cine actual.
Para António Reis, hacer cine no era una actividad lucrativa, ni comercial, ni una operación de prestigio, sino un ejercicio casi manual de la libertad: mirar a su alrededor y registar lo que se ve, para poder transmitirlo, y no vendiéndoselo a un público anónimo y aborregado, sino poniéndolo a disposición del que sienta interés. Esa visión ha acabado, tras sólo tres entregas.
Miguel Marias
Jornal Diario 16, pág. 27, Cultura/Espectaculos, Miércoles, 25 de Setembro de 1991.
AGRADECIMENTO: Ao Professor José Alves Pereira por nos ter enviado este artigo do jornal "Diario 16". Muito obrigado!